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61. abril-junio 2019
Boletín trimestral del Observatorio del Paisaje de Cataluña
 
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Últimos Paisajes: una visibilización necesaria

Marta García Carbonero
Arquitecta, profesora de Paisaje y Jardín en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid

Los últimos paisajes son también los más invisibles. Los espacios de la muerte han ido ocupando una creciente posición periférica en la ciudad desde que las reformas ilustradas los expulsaran de los centros urbanos. El temor inicial al contagio de enfermedades favoreció su aislamiento en recintos sin más vínculo externo que los caminos de cipreses que los conectaban a la ciudad. Cuando hacia 1900 las nuevas redes de transporte público facilitaron su instalación en terrenos baratos alejados de la urbe, los cementerios pudieron establecer conexiones más estrechas con el entorno. En paralelo, una nueva actitud hacia la muerte, ahora entendida como un paso más en el ciclo vital, llevó a adoptar la cremación como alternativa laica a la inhumación cristiana. Al hacer desaparecer el cuerpo, la cremación trasladó el énfasis de la tumba individual a todo el recinto, poniendo en valor el entorno que configuraban.

Así, el siglo XX comienza con los cementerios de Múnich (1905-1907) y Estocolmo (1915-1965) que, instalados en bosques existentes, carecían de vistas al exterior y se presentaban como enclaves impenetrables sin mostrar su contenido funerario. Algo después, fueron los cementerios de la I Guerra Mundial los que buscaron de forma explícita un vínculo con el territorio. Ante la imposibilidad de repatriar a los caídos, el gobierno británico construyó una tupida red de cementerios a lo largo del frente oeste, subrayando mediante miradores y la apertura del perímetro, el vínculo entre la patria y el frente. Así sucede en el cementerio de Etaples, Francia (1917-1922), que mira hacia Inglaterra desde un alto abierto al Canal de la Mancha, o el de Villers-Bretonneux, Francia (1920-1925), donde una torre permite observar el antiguo campo de batalla. Esta desmaterialización del límite tiene su punto álgido en el cementerio de Finisterre, España (1998-2000). Aquí se renuncia a la misma idea de recinto para involucrar a todo el paisaje de la Costa da Morte en el ámbito del duelo, en un gesto que contradice la idea de cementerio como lugar excepcional y sagrado y que ha provocado el rechazo del pueblo. Cabe celebrar sin embargo la imbricación de este espacio funerario en el ámbito de los vivos y la invitación a conmemorar a los muertos, celebrando su presencia en el paisaje cotidiano.

La web Últims Paisatges. Patrimoni Funerari (Últimos Paisajes. Patrimonio Funerario), que el Observatorio del Paisaje de Cataluña presentó el 15 de febrero de 2019 -junto con la asociación Coementerium-, pone en valor esta dimensión paisajística del cementerio, tanto en su papel configurador del panorama como en su condición de mirador sobre el mismo. Complementa así la labor de otras iniciativas como la de la Ruta de los Cementerios de Europa, cuyo énfasis recae en los elementos monumentales y no en el entorno que configuran. Esta muy necesaria propuesta contribuirá a visibilizar estos enclaves de la memoria y reivindicar su protagonismo en la ciudad y el paisaje contemporáneos; su presencia en la vida misma.

 
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